LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
I. Definición
La excelsa obra de la Cruz tiene múltiples facetas, y hemos de tener en cuenta que los grandes temas que estamos considerando en relación a ella revelan estas facetas a la medida de la comprensión de nuestra mente finita. La justificación por la fe—lema de la Reforma en el siglo XVI—presenta la obra de la Cruz desde el punto de vista jurídico, es decir: en relación con la santa Ley de Dios. El hombre pecador se presenta como un reo ante el alto tribunal de un Dios justo, y queda patente que ha quebrantado tanto la ley natural de la conciencia como la Ley claramente declarada en el Sinaí. El problema es éste: ¿Cómo puede Dios ser justo y el que justifica al pecador? La contestación se halla en la Cruz, y el creyente es declarado justo a los ojos de Dios. Esta declaración es la justificación por la fe.
II. La justicia divina
Como ya hemos visto en nuestro estudio de la Deidad, la justicia es un atributo de Dios, y el
hombre no sabría nada de esta «rectitud» esencial aparte de la revelación que Dios ha dado de sí mismo (Is. 45:21; Ap. 15:3, 16:5, etc.).
III. La justicia exigida
Dios manifestó Su voluntad al hombre en estado de inocencia de una forma apropiada a su
condición (Gn. 2:16 y 17) y, después de la Caída, no le dejó sin testimonio, sino que le habló por medio de la naturaleza y de la conciencia, siendo ésta la voz interna que acusa o excusa los actos del hombre (Ro. 2:14 y 15). Pero la plena manifestación de la voluntad de Dios para con los hombres fue dada en el Sinaí, donde Dios pronunció las diez palabras, y luego instruyó a Moisés con otros muchos preceptos complementarios. La Ley representa lo que Dios, en justicia, requiere de los hombres en las circunstancias actuales de la vida, y el mandamiento es siempre «santo y justo y bueno» (Ro. 7:12).
Pero, bajo repetidas pruebas, se demostró que el hombre era incapaz de cumplir la justicia exigida por Dios, ya que su naturaleza pecaminosa siempre le arrastraba a la desobediencia. Una ley quebrantada no puede salvar a nadie, sino que condena inflexiblemente al infractor de ella. El que no la cumple, muere. Cuando Moisés, al ver que Israel había quebrantado la Ley en todos sus capítulos antes de recibirla en forma escrita, quebró las tablas de piedra al pie del Sinaí, señaló con ello, en forma simbólica, el fracaso del hombre ante las santas exigencias de la Ley divina (Ex. 32:19; Ro. 3:19; Gá. 3:10, etc.).
IV. La Ley cumplida y la justicia satisfecha
El Señor Jeuscristo, Hombre representativo, cumplió la Ley por medio de una vida perfecta. En el Calvario se colocó en el lugar del hombre pecador, en virtud de Su carácter representativo que ya hemos considerado, y agotó la sentencia de la Ley por Su muerte. Así, la justicia de Dios quedó satisfecha y la santa Ley fue honrada. Téngase en cuenta el valor infinito del sacrificio de la Cruz, que ya hemos apuntado bajo el tema de la propiciación (capítulo 7).
V. La justicia otorgada
En el Evangelio se revela una Justicia que Dios otorga al creyente, y éste es el gran tema de
Romanos 1:16–5:21. El «corazón» del sublime asunto se halla en Romanos 3:21–6, versículos que deben analizarse con todo cuidado. En vista de que el hombre era incapaz de procurar la justicia mediante la obediencia a la Ley, Dios tomó la iniciativa por Su gracia, mandando a Su Hijo, quien satisfizo las exigencias de la Ley en el Calvario: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo …» (Ro. 3:21 y 22).
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VI. La justicia recibida
El medio de conseguir la justicia otorgada por la gracia de Dios es la Fe, que, en el sentido bíblico, es la confianza total del hombre que, arrepentido de sus pecados, descansa en Cristo para la salvación de su alma. Sólo esta actitud del alma puede establecer contacto con Aquel que cumplió la Ley por nosotros para revestirnos de Su propia justicia (2 Co. 5:21). Cristo «nos ha sido hecho justificación» (1Co. 1:30) y, recibiéndole a Él, tenemos la justificación, y no de otra manera. La fe hace posible que Dios nos impute (abone en cuenta) Su justicia, como en el caso de Abraham (Ro. 3:22, 26; 4:3, 5 y 22; Gá. 3:22–26, etc.). Somos justificados por la gracia de Dios, que es el origen de la bendición (Ro.3:24); por la sangre, que es su base (Ro. 5:9), y por la fe, que es el medio (Ro. 5:1).
VII. La justicia manifestada
La justicia no es una mera declaración legal de nuestra nueva posición ante Dios, sino que es una obra vital, que supone nuestra unión espiritual con Cristo, de modo que la justicia recibida ha de producir sus frutos en nuestra vida (Fil. 1:11).
Enviado por Hno. Mario

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